Imagínese usted en la plaza
central de su ciudad, es la una de la tarde, el sol le cae directo en la
coronilla, a su alrededor la gente agitada no para y sin embargo ningún carro
se mueve. Las bélicas bocinas resuenan como cuernos de guerra, repican las
campanas de la catedral y una parvada de palomas se aleja despavorida.
Usted está sentado y (como yo)
quiere solucionar el dilema sobre la longevidad de los crustáceos, pero, al
frente un grupo de artistas callejeros con enormes parlantes perfecciona sus
agresivos bailes de hip hop, mientras se avecinan los cánticos proselitistas de
la nueva centro izquierda derecha y un par de quinceañeras graban su histérica
versión del último single del ídolo de turno. Música indescifrable, risas
exageradas, alaridos irracionales, las bocinas de nuevo, ringtones, aplausos,
sirenas de policía, las campanas otra vez, un vendedor ambulante con acento
foráneo discute con un vigilante, un bebe llora, volvieron las palomas, el
obrero taladra el pavimento para avanzar en la atrasada obra pública, todo esto
y la marcha ya se tomó la plaza. Sus pensamientos ahora son inaudibles.
Así es el mundo post moderno,
ruidoso, millones de estruendos diferentes se orquestan hasta que se complica
pensar, sentir y vivir. ¿Quiénes viven en este mundo? Un grupo de bárbaros. El
escritor italiano Alessandro Baricco en su libro “Los bárbaros. Ensayos sobre
la mutación” describe a las nuevas generaciones como los bárbaros que vienen a
tomarse el mundo:
“los bárbaros están llegando. Veo mentes refinadas escrutar la llegada
de la invasión con los ojos clavados en el horizonte de la televisión.
Profesores competentes, desde sus cátedras, miden en los silencios de sus
alumnos las ruinas que ha dejado a su paso una horda (…) exégetas que,
apesadumbrados, hablan de una tierra saqueada por depredadores sin cultura y
sin historia.” (Baricco, 2006).
Baricco dice que los bárbaros que
saqueamos las “aldeas” de la cultura nos caracterizamos por querer
universalizar cosas antes exclusivas, usar lenguaje simple, desacralizar los
tótems de la sociedad, eliminar la especialización en las tareas y tener
sistemas con sentidos dinámicos, entre otros.
Una característica fundamental de
los bárbaros es que damos primacía a la espectacularidad sobre la belleza real.
Nuestros actos, intereses, nuestra vida misma funcionan en torno a enormes montajes
con show de luces, imágenes impactantes, efectos especiales y banda sonora. ¿La
barbarie? los grandes espectáculos solo
son tal en lo superfluo, pero su fondo es hueco. El mundo post moderno es mucho
ruido y pocas nueces.
¿Qué ruidos hacemos? Pues de todo
un poco, pero la importancia radica en hacerlos, para un post moderno su vida
no puede pasar desapercibida frente a la de los demás. Queramos admitirlo o no,
siempre necesitamos y buscamos atención del resto, incluso pregonar que no, es
una manera de hacerlo. Por eso, mediante las infinitas posibilidades que nos
brinda la tecnología y la actual sociedad, montamos nuestra vida como un
espectáculo, muchas veces lejano a la realidad.
Nuestra vida se convierte en una función
donde somos los protagonistas y seguimos modelos de guiones ya probados para rendir
en taquilla. El éxito o fracaso puede medirse en “likes”, los bárbaros somos
adictos a ellos, mientras más recibimos más los necesitamos. Así las personas
son actores, los lugares sets, los objetos attrezzo, nuestros pensamientos
estereotipos y los hechos la trama que mantiene todo interesante. Todo esto
mientras más ruidoso sea es mejor.
Así es como profanamos lo sagrado
de todo, tomamos cosas como el amor, la amistad, un viaje u actos cotidianos, y
en vez de vivirlos los bajamos de su estado etéreo para exponerlos
estrepitosamente en redes sociales. En vez de agudizar los sentidos para sentir
al máximo la experiencia, ponemos nuestra energía en encontrar la mejor manera
de mostrarla al mundo.
https://www.youtube.com/watch?v=CEUTsrAbLHE
“el ADN de una civilización se construye no sólo con las curvas más
altas de su pensar, sino también, cuando no especialmente, con sus movimientos
en apariencia más insignificantes.” (Baricco, 2006)
Todo es víctima del espectáculo,
las curvas más altas, ya no son tan altas, preferimos que se mantengan en la
medianía para que así sean accesibles a todos y se puedan dominar más de una
sin esfuerzo. Las más insignificantes pierden su belleza simplista, las
películas son más efectos especiales que contenido, el fútbol es más industria que
pasión, el vino más desabrido que refinado, la música más imagen que armonía, y
los medios se aseguran de difundir todo estrepitosamente. He ahí la bárbara
carencia de nueces.
Debemos buscar más silencios,
dejar el escándalo para sentir realmente la esencia de las cosas y recuperar lo
sacro de la vida. Recordar el momento
más que la foto, sentir más intensamente que los estados de Facebook, analizar
más de 130 caracteres y buscar la belleza en películas, música y libros que nos
dejen algo. Escuchemos detenidamente qué es lo que está debajo del ruido y “si
lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas”.
Damián Aguilar Rodas.